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Vieja amiga

 Aquella tarde de otoño, yo morí.     Recuerdo el día con nitidez; hacía frío, demasiado incluso para ser otoño. El paisaje era de un cobrizo tan bello que reconfortaba el espíritu. O al menos el mío. Las personas a las que dejé detrás lloraban desconsoladamente sobre mi cuerpo, aún cálido.       Ojalá pudiera hacerles llegar mi tranquilidad. Aquí no sufro, ahora estoy en calma. Dicen que el abrazo de la muerte es frío y áspero, pero yo lo sentí como el de un viejo amigo. Me cogió de la mano, guiándome al que sería mi nuevo hogar, por siempre.   - ¿Adónde me llevas? – Pregunté, dudoso. - ¿Al cielo o al infierno? - Eso no existe, querido. – Me contestó en tono tranquilizador. – Eso es todo una invención de vosotros, los humanos. - Entonces, ¿cómo es el más allá? – incidí. - Es… acogedor. Aquí no hay sufrimiento, no hay enfermedad, ni guerras. Solo la calma. Ven, te guiaré con tus seres queridos. - ¿Están aquí? – Pregunté de nuevo, incrédulo. - Por supuesto, lo único que debes hacer es a

Miedo

     El miedo, esa fuerza primigenia superior a todos nuestros sentidos. Vivimos guiados por el miedo, tomamos nuestras decisiones entorno a él. No importa lo valiente que seas, ni lo fuerte que sea tu voluntad, el miedo siempre te acompañará. Él es como ese fuego que arde en tu interior que no consigues apagar, una corriente desbocada y sin control.   Puedes usarlo, aprovecharte de él para cumplir tus propósitos, al igual que el fuego te mantiene caliente y te hace de comer, pero no pierdas nunca el control, o te reducirá a cenizas sin dudarlo un solo momento.   Ah, el miedo. Todo el mundo va por ahí, viviendo su vida, fingiendo que no lo conoce y, sin embargo, todos enfocan su vida hacia su miedo más profundo; aquella gente que con su afán de liderazgo y su miedo a ser olvidados, aquellos que buscan desesperadamente el amor por su miedo a morir solos, o los que temen tanto a la muerte que hacen como si no existiera y trata de darle un significado a cada momento.   Todos t