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Pesadilla

  Era una mañana como cualquier otra en el barco. Todo estaba tranquilo, soplaba una leve brisa y todo marchaba viento en popa. Si nada cambiaba, estaríamos en nuestro destino en cuatro días, tal vez tres. Yo paseaba tranquilamente por cubierta, sin mucha preocupación, contemplando el ancho y bello paisaje marino. A algunas personas les mareaba, a otras les agobiaba no ver nada más que el mar azul en kilómetros a la redonda, pero a mí me reconfortaba. Era una sensación agradable ver como las olas mecían el barco con suavidad y la brisa me traía ese característico olor a sal. Había algunas nubes en el cielo, pero eran nubes blancas de verano, nada que debiera preocuparnos. Paré un momento, apoyado en la barandilla, a mirar con mayor tranquilidad el paisaje. Y de repente, le vi. Era una criatura marina, tenía forma humanoide, pero sus extremidades terminaban en una especie de ancas en lugar de manos. Tenía el cuerpo escamoso y de su cabeza parecían salirles unas branquias a los lados. Su

Vieja amiga

 Aquella tarde de otoño, yo morí.     Recuerdo el día con nitidez; hacía frío, demasiado incluso para ser otoño. El paisaje era de un cobrizo tan bello que reconfortaba el espíritu. O al menos el mío. Las personas a las que dejé detrás lloraban desconsoladamente sobre mi cuerpo, aún cálido.       Ojalá pudiera hacerles llegar mi tranquilidad. Aquí no sufro, ahora estoy en calma. Dicen que el abrazo de la muerte es frío y áspero, pero yo lo sentí como el de un viejo amigo. Me cogió de la mano, guiándome al que sería mi nuevo hogar, por siempre.   - ¿Adónde me llevas? – Pregunté, dudoso. - ¿Al cielo o al infierno? - Eso no existe, querido. – Me contestó en tono tranquilizador. – Eso es todo una invención de vosotros, los humanos. - Entonces, ¿cómo es el más allá? – incidí. - Es… acogedor. Aquí no hay sufrimiento, no hay enfermedad, ni guerras. Solo la calma. Ven, te guiaré con tus seres queridos. - ¿Están aquí? – Pregunté de nuevo, incrédulo. - Por supuesto, lo único que debes hacer es a

Miedo

     El miedo, esa fuerza primigenia superior a todos nuestros sentidos. Vivimos guiados por el miedo, tomamos nuestras decisiones entorno a él. No importa lo valiente que seas, ni lo fuerte que sea tu voluntad, el miedo siempre te acompañará. Él es como ese fuego que arde en tu interior que no consigues apagar, una corriente desbocada y sin control.   Puedes usarlo, aprovecharte de él para cumplir tus propósitos, al igual que el fuego te mantiene caliente y te hace de comer, pero no pierdas nunca el control, o te reducirá a cenizas sin dudarlo un solo momento.   Ah, el miedo. Todo el mundo va por ahí, viviendo su vida, fingiendo que no lo conoce y, sin embargo, todos enfocan su vida hacia su miedo más profundo; aquella gente que con su afán de liderazgo y su miedo a ser olvidados, aquellos que buscan desesperadamente el amor por su miedo a morir solos, o los que temen tanto a la muerte que hacen como si no existiera y trata de darle un significado a cada momento.   Todos t

Memoria

Dejar un recuerdo es más fácil de lo que parece. Hasta el detalle más insignificante puede convertirse en un poderoso recuerdo. Es por eso que hay que tener cuidado con nuestras acciones, y ser consecuentes con ellas. Nadie quiere dejar un mal recuerdo de sí mismo en otra persona. Todos queremos ser recordados y, a veces, el coste de ese recuerdo es demasiado caro.   Y todos tenemos recuerdos de alguien que no nos gustan. Y en ocasiones, los malos recuerdos son más poderosos que los primeros. Pero sin duda, los más dolorosos son aquellos de los que no podemos hablar. Y no importa el tiempo que haya pasado, siguen doliendo como el primer día. Escribiendo estas palabras, curiosamente, solo tengo un recuerdo en mente. Y lo peor de todo es que se trata de un recuerdo de una persona que ni siquiera ella misma es consciente que tengo.   Aunque siendo sincero, también tengo recuerdos muy buenos contigo, pero como digo, esos pesan menos. Puede que sea como funcionamos. Nuestro subconsc

Polos opuestos

- A mucha gente le da miedo la oscuridad. Piensan en ella como un sitio donde se camuflan los monstruos, aguardando al acecho para atacarnos. Lo cierto es que nunca he visto mayor monstruo que la gente, supongo que es por eso que a mí no me asusta. A mí me parece bastante bonita, me permite ver las estrellas, me protege si lo necesito y me ayuda a calmarme. ¿Quién me iba a decir a mí que me enamoraría de alguien tan opuesto a mí como lo es ella? Le encanta salir y los paseos al Sol, la luz le hace tan feliz y se le ve tan llena de vida que… - ¡Oye! Vuelve conmigo. Te has vuelto a quedar embobada otra vez mirando las estrellas. - Perdona, ya sabes que me encanta esto. Para mí, estar tumbada aquí contigo en el prado mientras miramos al cielo es como estar en el paraíso. - No seas exagerada. – dijo girándose hacia ella. – Es cierto que esto está bastante bien, pero seguro que hay cosas mejores. No sé, hacer un picnic un día de verano, por ejemplo. – añadió mientras ponía cara pensat

El ritual

Los últimos rayos de sol ya despuntaban por el horizonte. Las calles comenzaban a quedarse vacías conforme caía la oscuridad. Apenas quedaba un alma vagando por allí. Reiner se dirigía a aquella extraña casa que había a las afueras del pueblo. Aquella mujer tan excéntrica le había prometido que le dejaría asistir al ritual.  Se veía de lejos la casa a la que se dirigía. Más que una casa, aquello parecía una chabola a punto de venirse abajo. Las paredes, de roble, se notaban que habían pasado por tiempos mejores. Las ventanas, llenas de polvo, estaban negras, mas no se podía distinguir si el cristal era así o si algún incendio las había tintado por el humo. La segunda planta de la casa parecía haber sido construida después; no usaba ni el mismo tipo de madera ni tenía el mismo tipo de estructura arquitectónica. Ésta estaba hecha más bien de una madera que podía parecer de pino o abeto, con unos arcos árabes en las ventanas. Cualquiera que tuviera el más mínimo sentido común evitaba

Lluvia

La lluvia golpeaba mis mejillas como aquel día cuando era más joven. Al igual que entonces, estaba en mi mundo mirando algo en el cielo, sin que me importase mucho lo que tuviese alrededor. Era una sensación agradable, a decir verdad. En ese momento solo existíamos la lluvia, mis pensamientos y yo. Me pregunto si también te estarás mojando tú, al igual que aquel día. Recuerdo que cogimos un buen resfriado después de eso y que nuestros padres nos echaron la bronca. Me prohibieron salir dos semanas.  Todavía recuerdo la sensación de estar como en una jaula en mi propia casa, sin nada que hacer y preguntándome qué estarías haciendo tú. Ese agobio que me apresaba el pecho y en ocasiones me dificultaba la respiración, la sensación de estar en cautiverio en mi propia casa, los pensamientos recurrentes. Aquellas dos semanas se me hicieron eternas, pero todavía recuerdo el abrazo que nos dimos cuando nos volvimos a ver. Era todo mucho más fácil en aquella época, ¿no crees? Tan jóvenes, co