Vieja amiga

 Aquella tarde de otoño, yo morí.


    Recuerdo el día con nitidez; hacía frío, demasiado incluso para ser otoño. El paisaje era de un cobrizo tan bello que reconfortaba el espíritu. O al menos el mío. Las personas a las que dejé detrás lloraban desconsoladamente sobre mi cuerpo, aún cálido.

 

    Ojalá pudiera hacerles llegar mi tranquilidad. Aquí no sufro, ahora estoy en calma. Dicen que el abrazo de la muerte es frío y áspero, pero yo lo sentí como el de un viejo amigo. Me cogió de la mano, guiándome al que sería mi nuevo hogar, por siempre.

 

- ¿Adónde me llevas? – Pregunté, dudoso. - ¿Al cielo o al infierno?

- Eso no existe, querido. – Me contestó en tono tranquilizador. – Eso es todo una invención de vosotros, los humanos.

- Entonces, ¿cómo es el más allá? – incidí.

- Es… acogedor. Aquí no hay sufrimiento, no hay enfermedad, ni guerras. Solo la calma. Ven, te guiaré con tus seres queridos.

- ¿Están aquí? – Pregunté de nuevo, incrédulo.

- Por supuesto, lo único que debes hacer es acompañarme. – dijo en tono amable.

- No sé, ¿y si no son como los recordaba? ¿Y si ellos se han olvidado de mí?

- Aquí eso no sucede. Ellos te acogerán como se acoge al hijo que vuelve a casa.

 

    Pero seguía inquieto. Ellos me dejaron hace mucho, ¿y ahora se suponía que me reuniría con ellos? ¿Seguro que me acogerían? ¿Por qué dudaba tanto de si ir con ellos? Todo eso aún me rondaba los pensamientos, había algo que me mantenía intranquilo.

 

- ¿Qué sucede? Parece como si no quisieras volver a verlos. – Preguntó ella, ahora en tono sereno.

- No es eso… Es que me sabe mal por los que dejo atrás. Ojalá pudiera hacerles saber que estoy bien, que ahora estoy en calma.

- Con que eso era… Creo que puedo hacer algo, ven. – dijo como si esbozara una sonrisa para tranquilizarme, mas yo no alcanzaba a ver su rostro, si es que tenía alguno.


    La acompañé a un rincón que no parecía diferenciarse en absoluto del basto y vacío paisaje que veníamos contemplando hasta ahora. Se paró de repente, como si quiera enseñarme algo. Delante nuestra se formó una imagen que no parecía de esta realidad. Y de repente me vi. Mi cuerpo estaba sentado en aquel banco donde “pasé a mejor vida”. Alrededor de él, mis familiares, aún llorando. Detrás, la casa de campo donde viví mis últimos años. La muerte pasó su mano por el aire, mientras yo veía como en el otro mundo se levantaba una brisa que levantaba algunas hojas del suelo. Esto llamó la atención de los que dejaba atrás, que alzaron la vista para contemplar el bello atardecer que estaba ocurriendo. En algunos de sus rostros, aún llenos de lágrimas, se esbozó una pequeña sonrisa.

 

- Cuidará de nosotros desde allí. - añadió mi hijo, secándose las lágrimas.

 

Y podéis dar por seguro que así hice, cada segundo que pasé aquí, y todo el tiempo que aún les queda. 

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