Polos opuestos
- A mucha gente le da miedo la
oscuridad. Piensan en ella como un sitio donde se camuflan los monstruos,
aguardando al acecho para atacarnos. Lo cierto es que nunca he visto mayor
monstruo que la gente, supongo que es por eso que a mí no me asusta. A mí me parece
bastante bonita, me permite ver las estrellas, me protege si lo necesito y me
ayuda a calmarme. ¿Quién me iba a decir a mí que me enamoraría de alguien tan
opuesto a mí como lo es ella? Le encanta salir y los paseos al Sol, la luz le
hace tan feliz y se le ve tan llena de vida que…
- ¡Oye! Vuelve conmigo. Te has
vuelto a quedar embobada otra vez mirando las estrellas.
- Perdona, ya sabes que me
encanta esto. Para mí, estar tumbada aquí contigo en el prado mientras miramos
al cielo es como estar en el paraíso.
- No seas exagerada. – dijo
girándose hacia ella. – Es cierto que esto está bastante bien, pero seguro que
hay cosas mejores. No sé, hacer un picnic un día de verano, por ejemplo. –
añadió mientras ponía cara pensativa.
- A mí me gustan más las noches
de verano; todo el cielo despejado, lleno de estrellas que nos dan su tenue luz
desde miles de años-luz de distancia. ¿Quién sabe? Puede que hasta haya otros
mundos con vida ahí fuera. Pero ahora mismo la única vida que me importa está
aquí mismo. – Dijo sentándose encima de ella sobre su cintura.
- Estás especialmente cariñosa
esta noche, ¿no crees, Kaira? – dijo con una sonrisa en la cara.
- Tengo motivos para estar tan
feliz. Hace una noche preciosa, las estrellas brillan en el cielo y te tengo
aquí a mi lado.
- Más bien debajo. – le
interrumpió con una sonrisa pícara.
- Me has entendido perfectamente.
– le contestó fingiendo estar molesta porque le había cortado el momento.
Kaira le puso ambas manos en la
cara mientras se acercaba lentamente para besarla. Tras unos segundos, volvió a
separarse y le dijo que deberían marcharse, se hacía tarde.
- Claro, mejor nos vamos ya.
- ¿Puedes hacer eso de las manos?
– le preguntó.
Ella contestó con una sonrisa e
hizo que sus manos se iluminaran emitiendo una preciosa luz blanca que
alumbraba el camino de vuelta. Con la única luz de las manos de Adara y la
tímida luz de las estrellas ambas pusieron rumbo de vuelta. A las dos les
encantaban los momentos así de intimidad, y aunque fueran como la noche y el
día, ambas amaban compartir las pasiones de la otra solo por verla feliz. Como
aquellas otras veces que Kaira había salido a hacer un picnic cerca del río,
solo porque a Adara se le veía llena de vida rodeada de la naturaleza y la luz
del Sol y solo con eso ella era feliz.
Eran lo que se conoce como polos
opuestos. Kaira tenía la piel blanca y el pelo negro en una melena larga y lisa
que casi le llegaba a la cintura. Sus ojos eran de un color verde agua
precioso. A lo largo de sus brazos varios tatuajes adornaban su piel. Adara, por
el contrario, tenía la piel algo más bronceada por el Sol y unos cabellos
rubios que parecían de oro a la luz. Sus ojos eran de un azul celeste intenso
como el mismísimo cielo de verano. Pero había algo que ambas amaban por igual:
la magia. Les encantaba estudiarla y practicarla, aunque se especializasen en
campos opuestos. De hecho, a lo largo de la historia siempre había existido una
cierta rivalidad entre sus campos, pero eso no fue impedimento para que se
enamoraran la una de la otra.
- No lo entiendo. Jamás pensé que
una persona tan diferente a mi pudiera hacerme tan feliz. Incluso ahora que
paseamos de la mano bajo las estrellas, me siento la mujer más afortunada del
mundo. Esa sonrisa, esos ojos, esa manera que tiene de hacerme reír… ¿Cómo
puede ser una persona todo lo que necesito en esta vida? Si tan solo pudiera…
- Están preciosas, ¿No crees?
- ¿Eh? – contestó saliendo del
trance.
- Las estrellas. No me digas que
te habías quedado embobada.
- Que va. Simplemente estaba
pensando en algunas cosas.
- Te habías quedado embobada. –
dijo Kaira riéndose – Y luego dices que soy yo la que vive en sus pensamientos.
- ¡Qué no! Solo estaba pensando
en la suerte que tengo.
- Así que eso era. – le contestó
mofándose.
- No sé para qué te lo cuento si
te vas a reír de mí.
- No seas así. Yo soy la
afortunada de tenerte aquí. – dijo mientras le apretaba la cintura para hacerle
cosquillas.
- ¡Para! Sabes que odio eso. – dijo dando un pequeño
brinco.
- Venga, volvamos ya a casa anda.
– contestó aguantándose la risa.
Al día siguiente le tocaba a
Adara elegir plan. Y tanto Kaira como ella sabían lo que tocaba; un picnic al
Sol, cerca del río.
- Cómo no… - dijo Kaira en tono
sarcástico intentando molestar a Adara, a quien no le desaparecía la sonrisa de
la cara.
- ¡Vamos! Será divertido. – contestó
con mucho entusiasmo.
- Pero ¿cómo es posible que
tengas tanta energía tan temprano? ¡Que no son ni las nueve! Yo hasta que no me
tome un café no salgo a ningún lado. – dijo refunfuñando.
- He pensado en todo. Toma, un
termo lleno de café. Solo y con medio terrón de azúcar, como a ti te gusta. Así
que venga, ve a cambiarte que nos vamos ya.
Kaira hizo un leve sonido, como
un pequeño gruñido y cogió el termo a regañadientes mientras subía las
escaleras. Nada más bajar, Adara la agarró de la mano y se la llevó hacia
afuera. Anduvieron un largo rato hasta que llegaron a la zona donde la estaba
llevando. Mientras tanto, Kaira simplemente se dejaba llevar e iba dando
pequeños buches al termo que llevaba. La zona era un pequeño claro al lado del
río. La hierba se mecía con una suave brisa veraniega y los soles brillaban,
uno de ellos, el más brillante, estaba en lo alto, mientras que el otro estaba apenas estaba saliendo por el horizonte.
- ¿Ves? – dijo Adara. – No se
está mal, ¿a qué no?
- Tengo que admitir que esto es
agradable. – le contestó dándole la razón un poco a avergonzada.
- ¡Lo sabía! ¡Sabía que te iba a
gustar! – replicó muy contenta.
Kaira no dio respuesta, sino que
se limitó a sonreírle de vuelta. Entre las dos extendieron una manta en el
suelo y se sentaron a la sombra de un árbol. Pasaron varias horas hablando
hasta que Adara de pronto interrumpió a Kaira:
- Saltemos al río.
- ¿Qué? ¿Estás loca?
- Vamos, en esta zona apenas
lleva agua, no es peligroso.
- No es por que sea peligroso,
nos vamos a calar la ropa y no traemos cambio.
- Pues la secamos con magia y
listo.
- Lo dices como si fuera fácil,
aquí a ninguna se nos da especialmente bien la magia de fuego.
- No hace falta mucho. Además,
eso se seca en momento de todas formas. Incluso podemos quitarnos la ropa, aquí
no hay nadie.
Pasaron unos minutos hasta que
Adara consiguió convencer a Kaira. Ella era más reservada para estas cosas,
pero Adara siempre conseguía que se soltase un poco la melena. Así que se quitó
la ropa hasta quedarse en ropa interior y saltó al río.
- ¡Venga! ¡Vente, se está muy bien! – le dijo gritando desde el río.
- ¡Sabes que me da mucha
vergüenza! ¡Me he arrepentido!
- ¡No pasa nada, venga!
Al final Kaira acabó cediendo a
la presión y saltando tras Adara.
- Te dije que se estaba bien
aquí.
- Si no lo discuto, pero fuera
también se estaba bien a la sombra.
- No seas así, deberías soltarte
un poco más.
- Sabes que me gusta más la
tranquilidad y no interaccionar con gente.
- Pues anoche no parabas de
“interaccionar” conmigo. – dijo picaresca.
- Oh, eso ha sido un golpe bajo.
– contestó fingiendo que le molestaba.
- No te confundas, no era una
queja. – dijo riéndose.
- No era yo la única que estaba
cursi anoche, también te digo.
- Pero a mí no me avergüenza
admitirlo. Yo te quiero.
- Yo también te quiero, y no
finjas que no lo sabes.
- Claro que lo sé. – dijo
mientras le daba un beso. – Venga, vamos a salirnos ya.
Pasaron un par de horas más hasta
que decidieron irse a casa de nuevo. Por el camino, de repente, Adara se calló
y se quedó pensativa.
- ¿Va todo bien? – dijo Kaira.
- Sí, claro… Es solo que me han
ofrecido la beca de la escuela de la luz, en Zarsbury.
- ¡Oh Dios mío! Habrás dicho que
sí, ¿verdad?
- Dije que me lo pensaré.
- ¡¿Que te lo pensarás?! Tienes
que ir, siempre ha sido tu sueño.
- Pero es que no sé si ir, ahora
las cosas nos van tan bien…
- Y nos seguirán yendo cuando
vuelvas. Son solo seis meses, podemos soportarlo. Además, puedo ir a visitarte.
- Pero está muy lejos.
- Eso no importa, te visitaré al
menos una vez al mes.
- Estás dando por hecho que voy a
aceptar.
- ¡Pues claro que vas a aceptar!
Te mataría si renuncias a tu sueño por mí. Así que no se hable más, mañana
mismo te acompaño a la academia a decirles que aceptas.
- Te voy a echar de menos.
- Y yo, pero no me perdonaría que
dijeses que no sólo por mí.
Ambas se fundieron en un largo
abrazo y continuaron el camino hacia su casa, sabiendo que estarían separadas
un tiempo, pero sintiéndose más unidas que nunca.
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