Venganza

Tras una sangrienta batalla, aquel hombre había caído de rodillas debido al cansancio y a las heridas que le habían ocasionado. Estaba en su límite, no podía más. Aquel extraño grupo de cinco personas, tan parecidas entre sí como se parecen un lobo y una serpiente, se acercaba amenazante hacia él.

No conseguía saber por qué, pero aquel tiefling, tan rojo como el mismísimo fuego del infierno, le resultaba muy familiar.

Al fin te tengo delante de mí. - dijo aquel tiefling, notablemente enfadado. - No sabes quién soy, pero yo sí te conozco a ti.

“Me suena de algo. Vamos, piensa.” Se decía a si mismo una y otra vez, mientras el tiefling se le acercaba cada vez más.

Mi nombre es Mordai, Mordai Salzer.
¡Salzer! - exclamó, a punto de desfallecer.
Vaya, veo que al menos te acuerdas del apellido del hombre al que mataste. Era mi padre.

El hombre comenzó a reír a carcajadas, mientras se atragantaba con su propia sangre.

Claro que me acuerdo de tu padre. Fue un hueso duro de roer, he de admitirlo. Pero acabó viniéndose abajo, como todos. No paraba de repetir que quería volver a ver a su pequeño. Lloraba como...

No pudo acabar a frase cuando Mordai le pateó las costillas con toda la fuerza que pudo reunir, lo que hizo que empezara a escupir sangre.

¿Debería concederte unas últimas palabras? ¿Acaso tú se las concediste a mi padre?
No te tengo miedo, tiefling. En el fondo seguro que eres tan bonachón como tu padre. Nunca matarías a alguien desarmado.

Mordai sacó su daga con una M grabada, mientras se la acercaba al cuello.

Yo no estaría tan seguro. - Dijo, mientras el color de sus ojos se volvía tan negro como el abismo al que pretendía mandarlo.

Su cara cambió de golpe. En vez de la soberbia y estupidez que estaba demostrando, se puso pálida como si hubiera visto un fantasma. El miedo se hizo presa de él, mientras notaba como el frío acero de aquella daga le acariciaba el cuello. Mordai comenzó a recitar unas palabras en infernal, idioma que reconoció el prisionero pero que no entendía.

¡Oh Freyja, señora de las valkirias! Ruego por que tus sirvientas no recojan a este condenado, pues no muere en combate ni con honor. Que el negro acero de mi daga lo envíe a lo más profundo de Helheim, donde la impasible Hela le dé tanto sufrimiento en su muerte, como él dio en vida.

El hombre, a punto de echarse a llorar, sabía que Mordai iba en serio, y que acabaría por cobrarse su vida.

Hela, yo te suplico, por tu padre, al que yo sirvo, que este ser tan despreciable no encuentre calma ni un solo segundo, desde este preciso momento, hasta que estalle el Ragnarok.



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